Lleno el Teatro de la Paz para despedir al maestro José Miramontes Zapata: un adiós entre flores, música y memoria

Por última vez, su batuta se sintió en el aire. Esta vez, sin moverse, pero marcando el compás de un adiós que estremeció a San Luis Potosí.

El mediodía del lunes 21 de abril, el majestuoso Teatro de la Paz se llenó como tantas veces, pero esta vez para despedir con lágrimas y aplausos al maestro José Miramontes Zapata, fundador de la Orquesta Sinfónica de San Luis Potosí. Ahí, en ese recinto que lo vio dirigir más de un centenar de veces, donde entregó su vida a la música y a su comunidad, se rindió homenaje de cuerpo presente a uno de los pilares de la cultura potosina.

La Orquesta Sinfónica, acompañada del Coro Oralia Domínguez y de generaciones de músicos formados por el maestro, interpretó fragmentos de obras que él mismo eligió, amó y enseñó. Fue una ceremonia profundamente emotiva, marcada por las palabras de sus colegas, alumnos y amigos, que no escatimaron en amor, en lágrimas ni en verdades.

“Cuando me muera, cabrones, no quiero que lloren”, recordaba con la voz quebrada uno de sus amigos. “Y hoy lo intento, maestro, pero le he fallado”.

El escenario fue cubierto de flores blancas y silencios que hablaban más que las palabras. Uno de sus amigos más cercanos cerró su participación diciendo: “Quiero despedir a mi compadre con un poema de mi hermano”. Así, entre poesía y violines, se fue hilando el homenaje a un hombre que vivió con pasión, convicción y entrega total.

Pero no todo fue solemnidad. También hubo reclamos. En medio del homenaje, los asistentes abuchearon a representantes del gobierno estatal, visiblemente incómodos, en protesta por el abandono a la comunidad artística y la falta de apoyo real a proyectos culturales. A pesar de ello, la despedida no perdió su calidez. Fue un acto de amor y también de dignidad.

“El maestro tenía una motivación muy profunda. Era humanista, es decir, amaba a la humanidad y estaba convencido de que la sociedad podía cambiar y que el arte era una manera”, dijo otro colega en el podio.

El maestro José Miramontes falleció el sábado pasado, apenas unos días después de haber dirigido lo que fue su último concierto: el “Réquiem” de Gabriel Fauré, presentado el Miércoles Santo. Fue su despedida sin saberlo, entre la suavidad del Pie Jesu y la esperanza del In Paradisum. En sus últimos momentos, eligió hacer lo que más amaba: dirigir, crear, emocionar.

Nacido en el barrio de San Miguelito, formado entre el piano de su infancia, las luchas sociales, la música soviética y la memoria colectiva, Miramontes fue más que un director: fue un símbolo. Su legado se teje con las historias de cientos de jóvenes que encontraron en él no solo un maestro, sino un guía, un cómplice, un soñador.

“El hacer no solo bien las cosas, sino hacer el bien con ello”, pronunció otro de sus colegas en el escenario.

José Miramontes fue un músico brillante, un formador de generaciones, un marxista convencido, un defensor de la Sierra de San Miguelito y un hombre profundamente ético. Sus convicciones fueron tan firmes como su batuta. Su legado musical, político y humano queda sembrado en San Luis Potosí.

“El compromiso que tengan las autoridades, depende que siga el legado del maestro”, dijo uno de los músicos presentes. Y en el fondo, todos lo sabían: el mejor homenaje será mantener viva su obra, su orquesta y su sueño de una sociedad más justa, sensible y consciente.

Hoy, el Teatro de la Paz no lo vio llegar al podio. Pero en cada nota que vibró, en cada lágrima que cayó, estuvo él. Dirigiendo, por última vez, desde el corazón.