Por Manuel Ortiz / Opinión
Un día histórico, lo que se vivió en Chile durante el referéndum constitucional del pasado domingo 25 de octubre del presente año. El pueblo chileno hizo que el dictador militar golpista Augusto Pinochet volviera a morir. Existían dos preguntas en la boleta. En la primera pregunta se pidió a los ciudadanos que aprobarán o rechazarán una nueva constitución. De ser así, habría que elegir un organismo encargado de redactar la nueva Carta Magna. En el primer caso, una Asamblea Constituyente integrada por ciudadanos elegidos en las próximas reuniones administrativas de 2021, con base a criterios de igualdad de género y claro, la participación de representantes de los pueblos indígenas. En la segunda pregunta se proponía una convención mixta, es decir, el 50% de los legisladores serian nombrados por el congreso y el otro 50% por ciudadanos elegidos por medio del voto popular, como en el primer caso, pero sin el poder del pueblo absoluto.
¿El resultado? Un pueblo que decidió por aprobar el “si” al cambio de constitución, en donde quince millones de chilenos optaron por la primera opción, con un abrumador 79.4% del electorado frente a un 20.9% que le aposto a un “cambio” para que todo siguiera “igual”. Un resultado que indica la fuerte intención popular por deshacerse de la actual constitución, redactada durante los años de la dictadura militar (que ensangrentó al país desde 1973 a 1999), con un modelo económico neoliberal impuesto por las armas pues de otra manera este no hubiese sido posible llevarse a cabo.
Para otro lado, los grupos del poder fáctico intentarán volver a lograr imponer a sus candidatos y sus maniobras manipuladoras (“cambiar todo, para que todo siga igual”), dejando sin resultado la posibilidad de que, por primera vez desde 1833, la constitución sea redactada por una asamblea popular. De hecho, es desde la época del golpe de Estado contra Salvador Allende, cuando el imperialismo estadounidense decidió intervenir en la economía chilena dando paso libre al neoliberalismo desenfrenado de los «Chicago Boys» un grupo de estudiantes chilenos becados por el gobierno de los Estados Unidos entre 1957 y 1970 para estudiar posgrados en economía en la Universidad de Chicago considerada la cuna del neoliberalismo y en donde aprendieron del mismísimo Milton Friedman (El Gurú del Neoliberalismo) para que así los intereses de las grandes multinacionales determinaran las opciones políticas, privatizando todo a su paso; fue así como Chile se convirtió en el “laboratorio” del neoliberalismo en América Latina.
El fracaso de este modelo y la profunda crisis que enfrenta la democracia oligárquica en Chile explotó aún más con el surgimiento de la pandemia ocasionada por el “coronavirus”, dejando claro que no solo en Chile, sino en todo el mundo, este sistema ha pasado a ser obsoleto, ya que a pesar de que la economía crece a niveles “macroeconómicos” esta no se ve reflejada en su población ( a las grandes empresas les va bien , pero a la gente no); al contrario, la riqueza se acumula en un sector mínimo de la población, mientras la desigualdad entre clases sociales aumenta, potenciando los niveles de pobreza extrema a números históricos.
Cabe destacar que el actual presidente de Chile es el multimillonario Sebastián Piñera (uno de los hombres más ricos de Chile y del mundo, según la revista Forbes). En donde solo el 44% de la población acudió a votar y de ese porcentaje obtuvo la mayoría gracias a un 54% a su favor, dejando claro que el triunfo se lo llevó el abstencionismo, a pesar de ello, los medios de comunicación tradicionales siguieron presentando esa victoria como lo «más alto alcanzado en Chile en los últimos ocho años”.
Sin embargo, esto no ha impedido que la población empobrecida salga a las calles en repetidas ocasiones desde hace un año, desafiando la represión orquestada por los diferentes grupos de carabineros. El saldo fue de treinta y seis muertos y cientos de heridos, incluidos cuatrocientos sesenta con daño ocular, hasta alcanzar la ceguera total. En un informe presentado ante la ONU se registraron dos mil quinientas veinte violaciones a los derechos humanos, no obstante, un sistema apoyado internacionalmente logró desviar la atención de las violaciones reales, con el discurso utilizado por las clases dominantes para abstenerse apuntando a un enemigo en específico: en este caso, la Venezuela bolivariana.
Las experiencias en Venezuela, Ecuador y Bolivia han sido «catastróficas», es lo que consideran los «expertos» del gran capital internacional. En esos casos, argumentaron, hubo una ruptura institucional total, y las Asambleas Nacionales representadas en su mayoría por el pueblo, fueron “utilizadas para favorecer a los gobiernos a su vez». El miedo de la burguesía no es el “juego” del aparato político pues como sabemos, una vez que la dictadura encabezada por Pinochet ya no garantizaba a las multinacionales y al imperialismo estadounidense la explotación segura de los recursos del país (principalmente el cobre), se decidió una transición «pactada» para garantizar su continuidad. en un simulacro de democracia. El Sí a Pinochet obtuvo entonces el 43%, el No 54%. El verdadero temor de la elite es en realidad la voluntad soberana del pueblo.
Chile ahora tendrá que encontrar su camino, dando lugar a un conflicto que, desde hace al menos diez años, viene diciendo No al legado pinochetista y también a los pactos entre los grupos fácticos del poder que le siguieron. El neoliberalismo en América Latina nació en Chile por lo tanto es ahí dónde debe sucumbir; hoy México transforma, Chile despierta, Ecuador lucha, Bolivia reafirma y Argentina gana ¿Será el ocaso del neoliberalismo latinoamericano? No lo sé, lo que, si sé, es que el pasado 25 de octubre volvió a morir Pinochet y revivió Víctor Jara, Violeta Parra y todos los miles de luchadores sociales desaparecidos y asesinados durante la dictadura. Hoy Víctor Jara nos vuelve a cantar “El derecho de vivir en paz”; enhorabuena por nuestro pueblo hermano de Chile, fuerza y fe.