Me resistí mucho a escribir sobre el tema porque desde el 8M me encuentro en un dilema, tal vez un par de días antes, en qué sentí que mis hermanas feministas, minimizaron a las periodistas… Y no, no se trata de echar culpas por situaciones momentáneas resultado de la intensidad con que TODAS vivimos la marcha. Se trata de las respuestas que recibimos las mujeres periodistas en medio del caos. Sí, el patriarcado sigue dominando muchos medios de comunicación, pero nosotras, las que vamos a cubrir, NO somos enemigas del movimiento.
Señalar al periodismo siempre es más fácil, porque el periodismo no encarcela, visibiliza. Justo eso intentaban hacer mis compañeras cuando fueron agredidas en el ejercicio de su labor. Y, curiosamente, mientras eran amedrentadas, sucedía algo más: “ALGUIEN ESTABA AVENTANDO GAS PIMIENTA DESDE EL INTERIOR DE PALACIO DE GOBIERNO A LAS MANIFESTANTES”. Un día después de que las autoridades aseguraron que «no intervendrían» y garantizarían la libertad de protesta.
Esto no es culpa de las mujeres del bloque negro ni de las mujeres periodistas. La responsabilidad es de quien AVENTÓ LA PIEDRA Y ESCONDIÓ LA MANO. Pero en lugar de condenar la represión, se escribieron posicionamientos cruzados: uno contra las encapuchadas, otro contra las periodistas. Mientras tanto, no se condenó que las autoridades volvieron a atacar a las que estuvimos ahí, muchas de ellas acompañadas por infancias, tal vez por miedo, tal vez porque el mismo machismo nos ciega y nos hace más fácil echarnos la pelotita entre nosotras.
Coincido en que «Las compañeras que realizan iconoclastia tienen la libertad de confrontar cuando consideran que su seguridad o el resguardo de su identidad están siendo vulnerados» cosa tan cierta como que las mujeres periodistas deberíamos tener la libertad de documentar, sobre todo cuando las autoridades MIENTEN y traicionan su palabra, como quedó demostrado en los hechos que denunciaron mis compañeras.
También coincido en que «las historias contadas parcialmente generan una cascada de estigmatización que se ancla en la memoria colectiva, distorsionando el sentido de nuestras luchas», por eso desde mi trinchera como periodista les cuento que el periodismo muchas veces es tratado con desdén por su naturaleza, pero esa naturaleza incluye dar voz a las víctimas, esas mismas que nos contaron sus historias frente a la Fiscalía, entre muchas otras, que con el corazón en la mano y el tintero ensangrentado, escribimos para luchar contra el mismo sistema que nos tiene a todas llenas de indignación y lágrimas, porque otra cosa que no se dice del periodismo, es que sentimos todas las mu3rtes, todas las viol3ncias, todas las injusticias, porque somos humanos.
Sobre el llamado a «reflexionar» acerca de acudir al Estado para pedir protección, sí, es irónico. Pero se convirtió en opción cuando varias compañeras se sintieron agredidas en un espacio que, en teoría, también es suyo. Y que, por incidentes similares, muchas ya no quieren volver a cubrir.
Es urgente abrir un diálogo entre las mujeres periodistas y las organizadoras de la marcha. No podemos permitir que las causas que nos unen se desvirtúen, ni que nuestros derechos sean vulnerados en el mismo espacio en el que luchamos. Si las dinámicas actuales generan este tipo de conflictos, entonces hay que cambiarlas. También nosotras necesitamos un espacio seguro para manifestarnos. Porque tenemos nuestras propias historias de viol3ncia y a muchas, como a mí, marchar en lugar de trabajar en el 8M nos ha salvado la vida.
Finalmente hago un llamado a dejar de minimizar la labor periodística, pues los videos en donde las compañeras exponen sus casos, ponen sobre la mesa el desdén con el que se trata a quienes documentamos y aunque no fueron agresiones generalizadas, sí son las suficientes para preocuparnos. Más allá de las agresiones físicas, hubo hostilidad, probablemente porque es difícil saber quiénes cubrimos con perspectiva de derechos humanos y quién no; pero en lugar de señalar a las compañeras exhortemos a los medios de comunicación que aún tienen discursos machistas y a las autoridades que perduran la violencia. Porque, en medio de todo esto, ellos –los verdaderos responsables– fueron los únicos que salieron intactos.