Opinión / Columna / Bloque Negro
Por: José Manuel Ortiz Albarran
Estados Unidos ha entrado en el corazón del proceso electoral, el pasado martes 3 de noviembre, gran día en donde los estadounidenses son llamados a elegir su presidente, y nada sugiere que la máquina engrasada de la democracia de “barras y estrellas” pueda funcionar como antes. Los días anteriores fue Florida quién inició la posibilidad de votar directamente en los colegios electorales con anticipación y ahora fue el turno de los otros Estados.
Donald Trump ganó las elecciones estadounidenses anteriores, aunque, Hilary Clinton obtuvo más votos. Trump había perdido el voto popular con casi 63 millones de votos, contra los casi 66 de Hilary, es decir el 45% del actual presidente contra el 48% del retador demócrata que ganó las primarias del partido sobre Bernie Sanders. Con 2,7 millones de votos menos, Donald Trump se había convertido en inquilino de la Casa Blanca.
Una aparente paradoja que muestra la primera “distorsión” del sistema de representación en Estados Unidos que garantiza a cada Estado (sea cual sea el número de sus habitantes) dos “grandes votantes” para el Senado más un número de representantes electos en manera proporcional a los habitantes de la Cámara. El número mínimo para ganar las elecciones es el de 270 elegidos de 538 en la Cámara.
Es un legado (como la Corte Suprema) de un sistema basado en el equilibrio de poder, con una arquitectura resultante del compromiso constitucional entre Estados esclavistas y no esclavistas, que tuvo lugar hace más de 230 años. Un sistema de contrapeso que, en el Senado, en la coyuntura actual, favorece a los republicanos tradicionalmente arraigados en los estados menos poblados, rurales y conservadores. California, con sus 39,5 millones de habitantes, cuenta en el Senado tanto como Wyoming, que tiene 580.000.
El proceso electoral, ya complicado en sí mismo, se ve dificultado aún más por la situación de la pandemia. Esto obligó a trasladar la campaña electoral de los propios mítines al nivel de la comunicación televisiva, en el que domina la capacidad de compra de espacios publicitarios. La emergencia sanitaria 47,601 nuevos contagios el 18 de octubre, es decir un 30% más que hace dos semanas; sin duda ampliará la votación por correspondencia anticipada, sobre la que se aplican reglas diferentes para cada Estado en un marco muy fragmentado.
Dada la importancia que asumirá en esta ronda electoral, y su complejidad (es un verdadero “rompecabezas” para los no expertos), es necesario explicar cómo se desarrolla el voto por correo en los Estados individuales.
En primer lugar, según una encuesta publicada por el Washington Post y la cadena ABC, los que eligen ir a las urnas hoy 3 de noviembre son en su mayoría republicanos (64% frente al 32% de los que dijeron que votarían por Biden), mientras que los que han votado o votarán por correo o por adelantado, la mayoría afirmó que elegirán al retador democrático (70% contra 26%).
En 2020, 9 estados más el Distrito de Columbia (la capital, Washington) tomaron la decisión de enviar automáticamente papeletas de votación por correo a todos los inscritos en el censo electoral. Solo 5 Estados habían hecho esto anteriormente. Excepto Utah, todos son “Estados Azules”, es decir, tradicionalmente demócratas. En 36 Estados, los votantes deben presentar su solicitud sin dar una explicación, mientras que en 5 se les pide que proporcionen una razón aceptable para justificar no ir a las urnas.
Estos últimos 5 Estados que en realidad desalientan la participación en la votación son todos “Estados rojos “, es decir, tradicionalmente republicanos: Indiana, Louisiana, Mississippi, Tennessee y Texas. La mitad de los Estados considerarán válidas las boletas recibidas a más tardar el 3 de noviembre, mientras que para la otra mitad se considerará válido el sello del Servicio Postal de los Estados Unidos (el servicio postal de América del Norte) y por lo tanto se contarán los boletines que también llegarán después del día de las elecciones. Un retraso que en algunos casos puede llegar a las tres semanas.
Estos Estados constituyen 2/3 de los “grandes electores”, es decir, el 66% de los elegidos. Pero los conteos difieren aún más y en 20 estados pueden comenzar antes del 3 de noviembre, incluidos algunos estados clave, fundamentales en 2016 para la elección de Trump: Florida, Arizona, Carolina del Norte, Ohio. Mientras para los tres “Swinging State” (Michigan, Pennsylvania, Wisconsin) el desplazamiento solo comenzará después del cierre de las urnas.
Todo esto sugiere que el cierre de las urnas no coincidirá en absoluto con el conocimiento de la respuesta electoral. Dada y considerada esta maraña de reglas, no pensadas realmente para fomentar la participación, no es extraño pensar que puede haber disputas que aumenten el nivel de inseguridad sobre el resultado de la votación. Hace veinte años, George W. Bush fue elegido después de que la Corte Suprema, uno de los tres ejes del poder político de Estados Unidos, cortara el interminable conteo de votos.
El promedio de las encuestas monitoreadas por el New York Times “le da a Biden 10 puntos por delante; el Financial Times más prudente y británico, que se basa en la “Real Clear Politics “, 9 puntos, con el retador demócrata capaz de amenazar potencialmente incluso a algunos Estados que son típicamente los puntos fuertes de los republicanos. Pero la incertidumbre también reina porque Trump nunca ha declarado explícitamente que aceptará el resultado de las elecciones. No es seguro que se dé una transición de poderes pacífica o al menos no traumática.
Como ya se dijo en un artículo llamado “Trump: la lucha electoral es armada” (Contralinea, 717), milicias de la ultraderecha podrían intervenir en una situación de incertidumbre, ya que lo están haciendo cada vez más a partir de la entrada de Trump. Un País en el cual salió a escena, una nueva corriente política: el “trumpismo”, que ha substituido al Partido Republicano y que por cierto es algo completamente distinto y que, sobre todo, ¡no va a ser una novedad de breve duración.
Otro elemento relevante es la Corte Suprema de mayoría conservadora, con tres de los 9 miembros nombrados por Trump durante su administración, incluida la más reciente en orden de tiempo, la ultra religiosa Amy Coney Barret, miembro de People for Praise: 6 de cada 9 miembros (el número no está fijado por ningún código legislativo) son católicos. Cabe recordar que la Corte Suprema ha sido fundamental en el pasado en casos de incertidumbre sobre el resultado de la votación. Todo ello, más allá de la posible derrota de Trump, al estar compuesto por miembros designados “de por vida”, decidirá sobre un número sustancial de cuestiones para los tiempos venideros, y no solo para hipotecar las opciones de Biden.
Por último, pero no menos importante: el criterio de selección del presidente, si no surge un veredicto claro, podría favorecer a los republicanos. En ese caso (ha recordado a la Associated Press) la Cámara votaría por Estado y no por representantes de los 26 países que serían determinantes para la votación: ninguna autoridad independiente convalida los resultados en las horas siguientes al cierre de las urnas.
El año pasado, la profesora de derecho en Georgetown, Rosa Brooks, formó un grupo llamado Transition Integrity Group para crear simulaciones, los así llamados “juegos de guerra”, sobre los posibles resultados de una hipotética disputa sobre los resultados electorales. En todos los escenarios presagiados, solo en un caso no se llegará a una nueva guerra civil de Estados Unidos: un colapso de Joe Biden.
El conflicto institucional en Estados Unidos, no solo no tiene precedentes, sino que también puede tener repercusiones hasta a nivel internacional y en la economía y finanza mundial. Si este conflicto llegará a unos niveles de una guerra civil inesperada, las repercusiones en un breve tiempo serían muy dolorosas, no solo por la moneda nacional estadounidense, el Dólar, sino también en las economías nacionales en todo el mundo. Estamos frente a una crisis financiera nunca antes vivida y aún no sabemos su gravedad y magnitud.